Solana Sierra (67°) acaba de terminar su práctica. Lleva una visera para combatir el calor tucumano, pero la temperatura no disminuye su ímpetu dentro de la cancha. Lanza con potencia, busca la colocación ideal y, sobre todo, disfruta. El tenis es su trabajo, sí, pero también su pasión, y eso se nota en cada golpe.
Termina el entrenamiento junto a Miguel Fragoso, descansa unos minutos, acomoda su bolso y se dirige a una mesa frente a la cantina de Lawn Tennis, como si fuese una socia más. Agradece por estar en Tucumán para disputar el WTA 125, una provincia que le trae buenos recuerdos y nuevas ilusiones. “La gente es muy amable y muy buena. Eso me hace sentir súper cómoda, y siempre estoy muy feliz de volver”, dice. Aquí, en 2023, logró su primer título W25 y un año después conquistó el W50.
Afuera de la cancha, Sierra es calma, apacible y amable. Pero en el polvo de ladrillo ella tiene un solo objetivo: ganar. “Intento tomarme tranquilos los días de entrenamiento y hacer lo mejor posible cada jornada. Entrenarme bien, preparar todo de la mejor manera y disfrutar el proceso”, resume, antes de volver a enfocarse en el debut frente a la rumana Miriam Bulgaru (223°).
La joven marplatense comenta que ya conoce algunos lugares icónicos de la provincia: la Casa Histórica, Tafí del Valle y una parte de Yerba Buena. “Nos gusta mucho Tucumán. Cuando tenemos tiempo con mi mamá, que es la que me acompaña a los viajes, tratamos de hacer un poco de turismo para conocer”, cuenta.
El inolvidable año de Solana Sierra
Este 2025 quedará grabado como el año del gran salto para Sierra. Actualmente es la mejor argentina posicionada en el ranking WTA y su temporada incluyó una hazaña que ya forma parte de la historia del tenis nacional: llegar a los octavos de final de Wimbledon tras ingresar como lucky loser (quedó eliminada en la fase previa, pero logró avanzar a raíz de la baja de otra tenista). Ninguna mujer en la Era Open lo había conseguido en el césped londinense.
Sierra, de apenas 21 años, se convirtió en la séptima lucky loser de la historia en alcanzar los octavos de final de un Grand Slam femenino y la primera argentina desde María José Gaidano (US Open 1993) en hacerlo. Su recorrido sorprendió al mundo y la consolidó como una de las grandes promesas de la región. “Fue un año súper bueno, con muchos objetivos cumplidos. Estoy muy contenta con el nivel y con toda la experiencia que tuve este año, que seguramente me va a servir para el próximo hacerlo mejor”, reflexiona.
El cierre de temporada, además, tiene un sabor especial: jugar en casa. “No me quedan muchos torneos. Este en Tucumán, la Billie y Buenos Aires. Así que quiero disfrutar de lo último. Fue un año muy lindo y voy a tratar de disfrutar estos torneos en Argentina, con mi familia cerca”, agrega.
La base de operaciones de Sierra está en Europa, más precisamente en la “Rafa” Nadal Academy, en Mallorca, un centro de alto rendimiento que forma talentos desde la adolescencia. Allí ingresan chicos y chicas desde los 13 años, y viven y estudian en régimen de internado. Pero Solana fue una excepción: entró a los 20, edad en la que el programa suele estar cerrado.
“La academia es increíble. Las instalaciones son muy buenas y tengo todo ahí. Entonces es súper cómodo para entrenar. Además, al estar en Europa se hace mucho más fácil viajar. Estoy muy feliz, tengo un equipo grande y profesional, y es buena gente. La pasamos bien, y eso también cuenta”, comenta.
La decisión de instalarse allí fue tan natural como progresiva. “Mi papá conocía a uno de los entrenadores, Daniel Gómez, que ahora trabaja conmigo. Nos contactamos para probar una semana; justo yo tenía torneos en Europa y estaba sin entrenador. Fui unos días, me encantó el ambiente y conectamos muy bien con el grupo. Pasé por un periodo de prueba y, después de unos meses, ya quedé como jugadora oficial. Ahora tengo todo mi equipo ahí. Fue un proceso muy lindo”, recuerda.
El día a día en Mallorca le permite convivir con jugadores profesionales de todo el mundo y medirse con ellos en los entrenamientos. “Hay mucha gente para entrenar y muchas variantes. A veces llegan jugadoras o jugadores de afuera, y está buenísimo porque te exige más. Es un ambiente muy competitivo, pero también muy sano”, asegura.
Una elección de vida
Antes de ser tenista, Sierra fue una deportista todo terreno. De chica practicó gimnasia, tenis y natación. Y en esta última disciplina incluso tuvo la posibilidad de competir a nivel federado. “Me iba bastante bien y en un momento me propusieron sumarme a un equipo de competición, pero eso implicaba entrenarme todos los días. Entonces tuve que elegir, y me quedé con el tenis. En ese momento me gustaba más la parte social del club, tener amigos y compartir. En natación eso no me pasaba tanto, aunque me encantaba nadar. Pero bueno, creo que fue una buena elección; hasta ahora viene bien”, dice.
El vínculo familiar también fue determinante. Ninguno de sus padres jugaba al tenis, pero fueron ellos quienes impulsaron sus primeros pasos. “Mi papá me mandaba a muchos deportes, y un día probé tenis. Vio que tenía buena coordinación, que le pegaba bien a la pelota, y me anotó en clases. Me fue gustando y seguí. Empecé a mejorar y a disfrutarlo cada vez más, así que seguimos adelante”, recuerda.
Solana sueña en grande
El recorrido no fue fácil. Sierra reconoce que crecer dentro del circuito argentino es un desafío constante. “Es complicado escalar en el ranking desde Argentina. Ahora que tengo la oportunidad de viajar y conocer otros países, ves que todo es diferente. En Europa o Estados Unidos las jugadoras tienen otro entorno, equipos completos, sponsors… y en Argentina no siempre se puede. Hay mucho potencial, pero falta apoyo. Por suerte ahora hay más torneos en el país y eso ayuda muchísimo”, explica.
En su caso, el respaldo familiar fue clave. “Económicamente tuve suerte porque mis papás siempre me pudieron ayudar. Sé que no todos tienen esa posibilidad, pero ellos nunca me pusieron presión. Me bancaron siempre y eso me dio tranquilidad. Cuando sos chica es difícil, pero una vez que podés jugar los Grand Slam la situación cambia”, cuenta.
Hoy, con el impulso de una temporada soñada, Solana ya se permite pensar más allá. “Cuando era chica no pensaba en ser profesional. Jugaba porque me divertía. Después, cuando empecé a competir en Sudamericanos y dejé la escuela a los 14, me di cuenta de que se estaba poniendo serio. Uno siempre sueña en grande, pero las cosas llegan cuando tienen que llegar. Lo de Wimbledon fue inesperado, pero fruto del trabajo”, reflexiona.
Su sueño está claro. “Me encantaría ganar un Grand Slam y estar entre las 10 mejores. Pero más allá de eso, quiero seguir disfrutando. Competir en los torneos más grandes es lo que me motiva a entrenar cada día”, concluye.
Mientras cae la tarde en Lawn Tennis, se levanta de la mesa, sonríe y se despide. En pocas horas volverá a la cancha. Allí, bajo el sol tucumano, el trabajo y la pasión vuelven a encontrarse.